He vertido en español los fragmentos B1, B2, B3, B5 y B6 del poema ontólogico de Parménides, el texto que da inicio a la metafísica occidental, a partir de la edición de Bernardo Berruecos para su tesis de licenciatura, con las enmiendas que, con Enrique Hülsz, hizo al fragmento B1: son estos los fragmentos que nutren mi ensayo "La apoteosis de Ariadna"¸ que viene a continuación. He optado, para marcar la diferencia entre el lenguaje del muchacho (que empieza la narración), y el de la diosa (que le revela el misterio del ser), por traducir el primer discurso en prosa poética, y el segundo en silvas, al ser este el metro de la poesía filosófica en nuestra lengua. He renunciado al esfuerzo, que considero estéril, de verterlo en hexámetros, el metro original del poema, tan ajeno a nuestra lengua. Me guía la pulsión –el thymós–, de rescatar la experiencia poética del discurso parmenídeo, tantas veces ahogado por el afán filológico de la exactitud técnica, que nos hace olvidar que Parménides no escribió un tratado, a la Aristóteles, sino un poema que retoma los recursos de Homero. Creo fielmente que, allende a sus logros como filósofo, Parménides es un gran poeta: quise reproducir, en la medida de mis posibilidades, la música de su poema intelectual, de forma que podamos acceder a su pensamiento desde la literatura, y no desde la racionalidad filosófica, para aproximar al público en general al laberinto de palabras de Parménides, que merece un lugar en la historia de la literatura junto a los poemas de Safo y Homero, la prosa poética de Heráclito y la prosa dramática de Platón. Mi eterna gratitud a Santiago Reza, por sus comentarios a esta traducción, y a Bernardo Berruecos, cuya interpretación del poema, que conocí a través de sus clases de filosofía antigua y de sus artículos académicos, nutre mi lectura, necesariamente parcial (ni filológica ni filosófica, sino literaria, es decir, rigurosamente imaginativa), del pensamiento del poeta eleata.
Sobre la naturaleza
Parménides de Elea
B1.
Los caballos… las yeguas –la pulsión–, que hasta su límite me llevan, habiéndome encaminado por el sendero, rico en palabras, de la diosa –que ahí, de vuelta, lleva al iniciado–, me conducen. Ahí, pues, dirigiendo el carruaje, sabias yeguas me llevaron: el camino lo indicaban las doncellas.
Y el eje entre ruedas girantes, ardiendo, rugía con clamor de siringas, cuando apuraban la marcha las doncellas – las hijas del sol –, dejando tras ellas la morada de la Noche, hacia la luz: de sus velos, los rostros, habían desnudado.
Delante están las puertas del Día y de la Noche: umbral y dintel de piedra delimitan las puertas celestes, cerradas con dos grandes hojas. La Justicia tiene ambas llaves, generosa en castigos. La persuadieron a abrirlas, con palabras suaves, las doncellas, y quitando el cerrojo, de pronto, las hojas bostezando, hicieron un camino, removiendo en sus bisagras los ejes de clavos y broches.
Las doncellas, por ahí, condujeron las yeguas, el carro, el camino. La diosa, sonriente –entre sus manos mi diestra–, me dijo:
¡Joven acompañado
por inmortales guías!
Las yeguas te han traído a nuestro hogar.
No es la muerte funesta
la que te trae hasta aquí
(sendero que no alcanzan caminando
los mortales): la Ley
y la Justicia sí. Necesidad
es que sepas dos cosas:
de la verdad redonda el corazón
al que nada estremece, y de los hombres
las opiniones, de verdad vacías.
Estas cosas aprenderás también:
cómo las apariencias
realmente tuvieron que ser, cruzando
todo, en todo instante.
B2.
Escuchando mi voz
mi palabra preserva:
que sólo hay dos caminos que a la búsqueda
se abren de la mente:
“Que sucede que es
y no es el no ser”,
ruta es de certeza
que anda tras la verdad. Dice otra ruta:
“Que no es cierto que es;
lo que tiene que ser es el no ser”:
¡Es camino insondable!
Pues ni ver ni mostrar
lo que no es podrías.
B3.
Pues hay que decir que el pensar conduce
al ser y lo que es lleva al pensar.
B5.
Donde empiece no importa
porque ahí, de regreso
otra vez llegaré.
B6.
Necesario es pensar
lo que es y decir: es lo que es.
Es el ser y la nada no es. Oye
con atención: primero
andarás esta ruta,
pero luego has de andar otro camino:
el que con dos cabezas
recorren los imbéciles mortales
cuyos pechos gobierna
equívoco intelecto.
Tan sordos como ciegos,
sin juicio, andan errantes;
sin criterio, a esta raza
parecen lo que es, lo que no es
y lo contrario, iguales.
No saben que el camino es circular.