Lloro porque las canicas son

como los ojos de Dios pero verdaderas

Arturo Loera

 

I

 

Por mucho tiempo pensé que la cebolla nos hacía llorar porque era un ingrediente que absorbía la tristeza de las personas. Creía que era una dolencia que iba de mano en mano, desde el momento de salir de la tierra, hasta su encuentro con el filo de un cuchillo. Veía a mi abuela cortar la cebolla en julianas o cuadritos pequeños y la manera en la que empezaban a salir lágrimas de sus ojos. Yo la miraba desde la esquina de la cocina y no sabía si abrazarla o sólo continuar con el trabajo del corte y el fuego con aceite. Al fondo de todo, mientras el olor a pimienta y limón inundaba la cocina, yo ya estaba haciendo mi propio estudio sobre la interacción y el comportamiento de la humanidad frente a este vegetal. En ese momento concluí que esa planta herbácea almacenaba el llanto. Por supuesto que, tiempo después, me desdije y sólo quedaron algunas poetas con quienes entendí aquella mirada curiosa hacia la cebolla, como Symborska, Miguel Hernández y Carol Ann Duffy. Sin embargo la pregunta nunca se fue ¿hay algún objeto responsable de guardar o transmitir el llanto? ¿De qué manera?

 

II

 

Los lacrimatorios son recipientes pequeños de vidrio, terracota o yeso. Se decía de estas vasijas que las plañideras las cargaban entre sus manos y lloraban pegando este artefacto a sus ojos durante el entierro de algún personaje, griego o romano, de alto nivel social, con el fin de dejar un registro de lágrimas durante el ritual fúnebre. Al final metían al lacrimatorio dentro del ataúd junto al cadáver. Me pregunto cuánto tiempo habrán durado las lágrimas en ese contenedor bajo la tierra y el olvido de la gente, porque si bien el invento terminó siendo falso en su propósito de guardar lágrimas, el lacrimatorio sí funcionó como una medida del tiempo respecto al luto. Algunas mujeres llenaban aquellos frascos cuando sus familiares fallecían, una vez que éstas se evaporaban, se suponía que el duelo había concluído. Más allá de mantener el llanto, lo que estos objetos sí resguardan es la tristeza y el recuerdo de la misma. Las lágrimas están condenadas a fugarse y mantener su esencia mística y evanescente.

 

III

 

Existe un pájaro en Brasil, Amazonas, que al momento de nacer causa intriga por su plumaje color amarillo y naranja; en la punta de sus plumas hay pistas acerca del futuro color del ave, un tono gris. Este pájaro es conocido como plañidera cenicienta por dos razones: el color cenizo que adquirirá una vez llegada la edad adulta y el sonido de su trineo, algo así como un lamento. Quisiera poder traducir la forma en que estos pájaros cantan, es como un silbido que cae de los árboles. Escribirlo, para mí, sería plasmarlo de la siguiente manera: Tu, tiru, tiruu, rutuParece un pájaro que llora quedito en alguna de las ramas, como si no quisiera ser escuchado, quizá. En general este pájaro parece ser un maestro en el arte de esconderse. Aunque no tengo pruebas para confirmar que su llanto viene de un sitio olvidado por su parvada, sí puedo afirmar que cuando es un polluelo tiene que aprender de la metamorfosis antes que del acto de volar. A través del mimetismo batesiano, el plañidera cenicienta logra tomar otra corporalidad para alejar a los depredadores: oculta su cabeza y finge moverse como una oruga venenosa. Tanto esta ave como la plañidera actúan y se transforman.

 

IV

 

Una plañidera puede ser un pájaro y un pájaro puede tomar el cuerpo de una plañidera para tener la posibilidad del llanto cuando su canto no es suficiente. VAsí como en las bandadas existe un pájaro que guía, entre las lloronas existe la plañidera praefica, quien orquesta los lamentos de las demás y entona el tipo de sollozo de acuerdo con el ritual funerario.

 

VI

 

Las plañideras son un lacrimatorio de carne y hueso. También se conocen como: lamentatrices, lastimeras, lloronas, vocetricez, rezanderas. Estos personajes que lloran por dinero, y que han estado siempre con sus vestidos negros y largos en la historia, existe todavía. Actualmente, podemos escuchar sus sollozos en Querétaro donde, cada año, en el Día de muertos, se hace un concurso de plañideras: una participante se coloca delante de un féretro vacío e imagina a alguna persona ahí dentro, ahí muerta; hace lo que tiene que hacer con tal de representar el duelo y entre estas acciones, comienza a plañir.  Al final, una de las actrices resulta seleccionada por el jurado y se gana un premio y el título de La Mejor Plañidera del año. Este evento, que se lleva a cabo en el Museo de la Muerte en San Juan del Río, es importante porque da seguimiento a aquella tradición del dolor performativo, y porque a veces lo que guarda o transmite el llanto, el sollozo, el dolor es nada menos que nuestro enfrentamiento con un espacio vacío: como ese féretro deshabitado.

 

VII

 

¿Qué ocurre cuando un lacrimatorio tiene el tamaño de una capilla? Hace poco leí un libro que trata sobre el llanto frente a distintas obras de arte: Pictures and tears. En el primer capítulo James Elkins, el autor, habla de la Capilla Rothko, un espacio al que se le agradece por su capacidad para hacer llorar a los y las visitantes. O, al menos, eso aparece entre los muchos comentarios que hay en el libro del museo. Dentro de la capilla se encuentran catorce cuadros pintados de negro, algunos con ligeras manchas más grisaceas, o algunas color marrón. Quienes visitan esta exposición espiritual a veces toman asiento y cierran los ojos; otras veces se van de inmediato o tratan de encontrar figuras en la oscuridad —como James Elkins que encontró un gato—. Otros visitantes se acercan demasiado a cada uno de los lienzos, como si la obra los absorbiera. Y, sobre todo, algunos empiezan a llorar sin saber por qué. La obra está pensada como un Via crucis sin imagen y sin nombre. Más allá de la relación complicada que tenía el pintor con Dios, como mencionó en una entrevista con Jane Dillenberger, su propósito era claro: alterar de una forma anímica a su público, “he wanted to make private religious art. He was trying to create paintings that would have a religious effect on viewers, and crying was the principal sign that people had gotten his point” (Él quería hacer un tipo de arte íntimo y religioso. Intentó crear pinturas que tuvieran un efecto religioso en los espectadores, y el llanto era la principal señal de que la gente había comprendido su punto). Estar rodeados de pinturas oscurecidas no puede ser otra cosa más que una soledad abrupta que o bien nos hace vernos a nosotros mismos, o bien nos declara seres totalmente impresionables y frágiles, al grado de hacernos creer en algo que no está ahí, pero nos afecta: “Estoy herida, y encuentro que la herida misma es un testimonio del hecho de que soy impresionable, entregada a Otro en formas que no puedo predecir o controlar completamente”. 

 

VIII

 

Rothko lloró mientras pasaba el pincel por los lienzos, y su llanto se impregnó ahí al punto de transmitirse a quienes siguen mirando su obra. Dentro de las interpretaciones que se han hecho de este fenómeno artístico, se ha dicho que Rothko pensaba en su muerte mientras pintaba de negro cada lienzo, por lo que se tiene la sensación de que lo que se ve es en realidad una tumba: un espacio vacío. Rothko nunca pudo ver la obra finalizada en Texas, se suicidó antes y su obra parece ser su propio entierro. Las personas que acuden no llevan flores, pero sí lloran y lloran bastante.

 

IX

 

En el año 2014, en la Bienal de Artes Visuales del Istmo Centroamericano, en Guatemala, un grupo de plañideras recorrió todo el recinto, iban sollozando frente a cada obra de las distintas exposiciones. Quienes iban de espectadores sólo daban espacio o se dedicaban a mirar las pinturas como si no pasara nada mientras las vocetrices buscaban en qué dolerse: a veces una pintura abstracta, otras veces una mesa con distintos objetos sobre ella. El muerto o la muerta no se encontraban ahí, se tenían que imaginar, y el público, los visitantes, siguieron este pacto de ficción, pues aun sin interactuar con las plañideras fueron parte del ritual del happening. Los mecanismos de reacción de las personas dicen tanto sobre su manera de posicionarse frente al dolor como frente a una pintura: “we look around to see how other people see. Those other people are mostly silent. They whisper politely, they smile, they make gentle decorous gestures” (Miramos alrededor para ver cómo observan las demás personas. Aquellas están normalmente en silencio. Susurran de manera considerada, sonríen, hacen gestos gentiles). Ocurre que, de pronto, el público adquiere un papel de improvisador, de personaje que, al dejar de ser sujeto pasivo, da continuidad a la manifestación artística: el llanto colectivo. Felipe Fabre en su libro Leyendo agujeros. Ensayos sobre (des)escritura, antiescritura y no escritura habla en un capítulo de un vestido que al momento de destejerlo deja entrar a las otras voces por esos pequeños espacios que quedan en la tela. La vestimenta de una plañidera, además de ser oscura, normalmente tiene que estar desgarrada —con el fin de mostrar el grado de aflicción que siente. Quizá en esas rasgaduras entra la mirada de los demás.

 

X

 

En la novela de Cristina Rivera Garza, La muerte me da (en pleno sexo) existe una escena en la que la protagonista, una detective, va a la casa de una madre que está en duelo por la muerte de su hijo. Una de las miradas que le dirige a la dueña de la casa se centra en su mentón, donde hay una arruga; y la detective piensa que esa arruga representa a las personas que han conocido a la muerte de frente. Esta respuesta de la piel es casi como el lacrimatorio, el cual, aunque no sirve para mantener las lágrimas por mucho tiempo, actúa como un archivo íntimo del duelo, uno que puede romperse o cambiar de color por la temperatura o por las condiciones en las que se encuentre expuesto.

 

XI

Hace poco mi maestra María Baranda nos contó, a mis compañeros de poesía y a mí, que escribió un libro llorando: este texto se llama Diente de León. Me gusta pensar que sobre todo las lágrimas brotaron cuando la abuela, casi al final de la narración, espanta a las moscas con sus rezos. Trato de imaginarlo: ¿alguien llora y empieza a escribir o alguien escribe y sucede el llanto o, acaso el llanto ocurre desde antes cuando sólo existe en la mente? En todo caso, ¿este lamento es necesario parar la escritura o todo lo contrario o a la inversa? Pienso que Baranda tradujo a sus lágrimas. Heather Christel dice: “They said perhaps we cry when language fails, when words can no longer adequately convey our hurt” (Se dice que quizá lloramos cuando el lenguaje falla, cuando las palabras no pueden transmitir de manera adecuada nuestro dolor), pero yo no pienso que el lenguaje falló y menos el llanto, creo que más bien ambas cosas forman una continuidad para el texto. Diente de León actúa como otro tipo de objeto que propicia las lágrimas, y no sólo porque al igual que Rothko, Baranda lloró en la creación de la obra, sino porque ha recibido distintos mensajes, llamadas de lectores para compartirle que el llanto los encontró al momento de leer el libro. Cuando alguien sopla un diente de león no sabemos hacia dónde vuelan las cipselas. A veces regresan, quizás, al punto de origen, otras veces se meten en la mirada de alguien y ese alguien puede decir: “se me metió algo en el ojo”. Yo puedo decir que el rezo de la abuela para proteger a su nieta y a Maki de las moscas enrojeció mis ojos y luego surgió la lágrima discreta. No sé bien por qué ese fragmento, ni qué cadena de evocaciones accionó eso, pero me hizo sentir parte de la continuidad de la historia. La obra de Baranda y de Rotkho aborda el límite con la muerte y lo que sentimos al momento de estar frente a su obra es un encuentro con la misma, un duelo enigmático.

 

XII

 

Aquí una cita de Judith Butler que me parece apropiada: "Si el duelo supone saber que algo se perdió (y en cierta manera la melancolía significa originalmente no saberlo) entonces el duelo continuaría a causa de su dimensión enigmática, a causa de la experiencia de no saber incitada por una pérdida que no terminamos por comprender".

 

XIII

 

Un pájaro puede ser una plañidera, una plañidera un pájaro, una cebolla un lacrimatorio y el cuerpo de un texto un órgano vivo que se alimenta, respira, responde, dice cosas más allá de lo que puede leerse. Ante todo, el texto siente, así como las pinturas, las esculturas, la música, las películas, etc. Todos estos artefactos parecen ser dientes de león que vuelan por todos lados hasta caer de pronto en una persona y provocarle algo. Algo tan pequeño como creer en esas huellas de dios que mencionó Maggie Nelson, no importa si estamos en la soledad total o acompañados por un público que nos mira atentamente, o por un grupo de espectadores que miran la misma obra que nosotros en una capilla: algo nos sucede, algo nos intercepta, aunque ese algo carezca de nombre, de razón o de trazo. El libro es sobre todo un proceso que, en la fragilidad de las notas, en lo punzante de los hallazgos, en la ramificación de sus coincidencias, en la yuxtaposición de un presente que se diluye y un pasado que no se va, entreteje una crítica acérrima y frontal al medio que la produce. Se trata "[...] del archivo un archivo capaz de encarnar el material humano que guarda en sí".

 

XIV

 

Lo que me fascina de las plañideras es que ellas logran entrar en un estado totalmente íntimo -casi religioso como cuando alguien se pone a rezar en voz baja-, pero a la vez logran volver ese dolor algo colectivo: la gente puede participar de él, puede atraer alguna memoria frente a ese espacio que no contiene nada. Quienes van, me imagino, buscan algo en esa actuación, una forma de verse. A veces las plañideras, como método para irritar los ojos, usan cebollas, quizá a mi abuela le costaba trabajo llorar, y aunque ahora sé que esas plantas herbáceas no transmiten la tristeza de mano en mano, también sé que las lágrimas que ocasionan tienen un nombre: lágrimas reflejo. En uno de los últimos capítulos de Pictures and Tears, James Elkins llega a la conclusión de que las lágrimas a veces se ocasionan o por la sensación de un tiempo imposible o por la impresión de haber llegado tarde a algún sitio que ya no existe. Concluye diciendo que otra razón que provoca el llanto es la certeza de que existe una presencia ahí, pulsando. ¿Y quién? ¿Dios?, ¿mi abuela?, ¿el espacio vacío? ¿Un pájaro?