A tan solo dos “clics” de distancia... El primero me manda a un portal, una página con el nombre de “Meet”. Me aseguro de apagar cámara y micrófono antes de dar el segundo cliqueo. Esto, con la función de ser una especie de fantasma en el ensayo y no tropezar el proceso.

Un pensamiento antes de entrar. Cuando es presencial, no puedo desaparecer, tendría que colocarme en un asiento de la última fila o en una esquina, dependiendo del espacio. Tratar de no moverme. Pero mi cuerpo estaría ahí, el más mínimo movimiento podría provocar una falla en el ritual. Porque, en principio, un ensayo teatral es como tratar de hacer un ritual. Y digo tratar porque lleva su tiempo invocar a las fuerzas adecuadas y abrir los portales exactos.

No lo vamos a negar, lo tecnológico es ese “no lugar”, ese “no cuerpo” presente. Ese universo con posibilidad de solo ser un observador sin estorbar a nadie. El recurso de la ventana en negro es solo el principio del deseo por lo sobrenatural, por aquello que no se ve, pero que el otro sabe que está ahí y que es observado desde el otro plano. Aunque la mirada sea con dulzura, casi siempre se aprecia hostil el cuadrado oscuro, sin rostro, sin sonrisa, sin opinión alguna…

Al dar “clic” una segunda vez, aparece un dibujo en la pantalla o, al menos, esa es mi interpretación. Se trata de una ventana conformada por cuatro recuadros. En la esquina del lado izquierdo está el dramaturgo y director de “Dulzura” David Olguín. En el segundo a la derecha la actriz Daphne Keller. Abajo, a la izquierda, la actriz Laura Almela y, por último, mi recuadro, sin paisaje y sin mirada, un espectro.

Entrar a un ensayo es convertirse en una intrusa de un momento realmente íntimo. El principio de un proceso teatral es observar el entrelazado de la vida de los actores con la historia que van a representar. Al contrario de ellos, para mí no es importante entender de qué se trata el texto, sino cruzar la línea a una dimensión desconocida. De esta manera lo pienso cuando Laura Almela dice: Uno empieza a ensoñar la obra. Me gusta pensarla como un tiempo infinito. ¿Está pasando o no está pasando?

 

Laura hace analogías del texto con su propia vida. Es una obra que la enfrenta con una corporalidad distinta —La madre, la madre… — dice. Mientras piensa, desvía la mirada hacia un lado. Sea lo que sea que esté viendo, se encuentra fuera de cuadro y, por lo tanto, fuera del alcance de mis ojos.

Una madre y una hija.

Se me cruza el pensamiento de una madre, mi propia madre. Divago entre cómo comenzaría a explicar la relación con ella.

Construir lo que escuchamos— dice Daphne y la imagen de mamá se esfuma. Aquí, en este ensayo, no está ella, aunque, en cierto sentido, es un texto que invoca a todas las madres.

La escucha no es realista— dice Laura sin dejar de ver a un lado fijamente, a ese algo que permanece fuera de mi vista.

Por más estática que pueda ser la pantalla, algo, en los cuadrados, siempre se mueve. Daphne tiembla. Pequeños movimientos que llevan a una vibración general de su cuerpo. Parece que el movimiento viene de su pierna, pero es imposible adivinarlo en la plataforma de “Meet”, en donde el cuerpo se encuentra partido y donde algo, siempre, parece esconderse, fraccionarse, romperse. Quizás el misterio de un ensayo en plataforma comienza por lo que no se ve, por ese cuerpo que se oculta, por el panorama incompleto. En cambio, en la presencia, ni el espacio ni el cuerpo pueden velarse y, aun así, el teatro se trata de aquello que se encubre.

Mis pensamientos se interrumpen con la palabra “Histrionismo”. Después, David, hace apuntes sobre una exposición de fotografía, recomiendo a las actrices ir a verla. Enmarca la corporalidad poco realista que hay en esas fotografías. Una necesidad fundamental, también, para la obra.

 

Sigo interesada en los movimientos corporales fuera del recuadro. Ahora Daphne extiende su brazo izquierdo, de tal forma que queda fuera de la mirada. Casi al mismo tiempo, David extiende su brazo derecho. Pareciera que se encuentran en el mismo espacio y solo pudiera ver una parte de su comunicación. Por un momento, completo la imagen en mi mente e imagino sus brazos entrecruzados, haciendo una especie de muestra de comprensión mutua, de reconforte. ¿Es esto el teatro?

 

Hablemos desde la verdad — dice David con contundencia.

Antes de comenzar con la lectura de texto, Laura sale unos minutos, dejando su cámara encendida. David hace lo mismo. Daphne se queda sola, conmigo, pero yo juego a ser invisible. Mi recuadro, con mi nombre, permanece oscuro. Daphne mira por su ventana. Respira. Algo piensa, pero no puedo descifrar qué es, como tampoco puedo saber exactamente qué mira. Cuando llega Laura se coloca en la misma posición, también ve algo, igualmente respira. Ninguna se percata de la simetría que yo contemplo, de la comunicación corporal, de la respiración entre ambas. Una madre y una hija, de eso va la historia y ellas, sin saberlo, ya lo están siendo.

Cuando llega David, apaga su cámara. Hay un silencio. Una pausa, apenas larga, antes del primer diálogo.

Freya — dice la hija.

La madre, entonces, ríe, a carcajadas. Avanza la escena en frases sin sentido para mí. No estamos en el inicio del texto, pero comprender con la mente es lo menos importante del acto teatral. Los silencios se van llenando de significado y una tensión incomprensible me asalta. No se entienden. Una madre y una hija no se entienden en lo más mínimo, como si de dos idiomas distintos se tratara.

El fondo de ambas es blanco, solo algunos objetos me indican que están en casas distintas. Sus recuadros en esquinas opuestas contrastan con el recuadro del director que, con la foto de una persona sujetando a un gato negro, se encuentra con la cámara apagada. Y luego el mío, que, sin imagen, permanece negro.

De vez en cuando, en las pausas, ambas voltean hacia el mismo lugar, ¿qué están mirando? ¿Miran al hombre del que están hablando? ¿Cada una ve algo distinto? Quizás el teatro es mirar hacia el mismo lugar, pero con perspectiva distinta.

Están hablando de la muerte de su padre, de la pérdida de la hija. La madre no puede o no quiere entender el dolor de ella. Para la madre, ese hombre fue otra cosa. Alguien que significaba dolor cuando estaba vivo y ahora, muerto, una especie de alivio e indiferencia.

 

La pantalla es selectiva, pero la actuación lo expone todo. Ambas hablan con el cuerpo entero, aunque estén partidas a la mitad. Definitivamente es una actuación teatral. No voy a escribir los diálogos, el teatro no sucede en las palabras, sino en el momento presente, en los espacios, en los silencios. El texto es repetido, lo demás nunca es igual.

A-a-a-a-a t-u p-a-d-r-e… Solo veo pequeños cuadritos, solo pixeles, solo el retrato de las actrices con un gesto desarticulado. Es la pantalla, está trabada. ¿Es esto una composición del tiempo infinito? Detengo mi cuerpo, como si eso ayudara a reanimar la imagen. Me desconcierto, pero ellas no. Madre e hija ni siquiera notan el quiebre. Ellas están hundidas en su relación, sus diferencias, sus silencios llenos de lenguaje subterráneo. Cuando vuelve a aclararse la imagen, la hija se rompe con un llanto contenido, baja la mirada, como si no quisiera mostrarle a su madre. Hablan quedito, como si la diferencia geográfica no significara nada para ellas. Puedo verlas, sí, puedo verlas en el mismo espacio, en un inequívoco de relación trascendente. Parece que no hay barreras de tiempo ni de espacio, “un tiempo infinito.”

Y en ese momento, ambas clavan la mirada hacia la pantalla, y yo, estoy casi segura de que se dirigen a mí, casi segura de que estoy en el mismo espacio y que he dejado de ser un espectro para ellas. Hay un silencio exacto, ahora todo me parece calculado. Un pájaro canta en mi ventana y mi cabeza gira, mi mirada se posa en él, estoy hipnotizada, ¿es esto, acaso, lo que ellas ven también en su ventana?

Y entonces…

Un gato cruza la pantalla, o ¿no?

Un hombre en su lecho de muerte aparece detrás de la hija y de madre. O ¿no?

Un hombre en llamas. Un hombre en llamas. Un hombre en llamas.

¿Es esto el teatro?

De golpeador a poeta — dice la madre.

No son las pantallas, ni la geografía ni el tiempo lo que separan a esta madre y a esta hija. Es un padre y es un hombre en su pasado y en la muerte que viene a revivirlo todo, todo.

Una madre odia al mismo hombre que su hija ama.

La habitación en donde está la hija cobra otro color, ya no es blanca, es de un amarillo huevo. En la esquina una cama y un hombre en su lecho de muerte. Luego una gata deambula por la cama sin descanso.

Freya — dice la hija.

La gata de su padre. “¿Está pasando o no está pasando?”

Freya, diosa del amor, la belleza y la tranquilidad. Una vikinga salvaje — Dice la hija con una sonrisa en el rostro.

Las actrices transitan en el no tiempo de su historia, se observan a través de la pantalla, como si fuera un cristal, como si trataran de ver a la otra por una ventana, sin saber qué viene a continuación. Esperan el contraataque, la reacción mutua. No pueden evitarlo, se muestran en lo que oculta la palabra dicha. Se exponen sin miedo a ser atravesadas. Aquello que se oculta es, quizás, lo más iluminado, totalmente al descubierto. Y ellas, lo saben.

Los cuatro recuadros forman una ventana, dos de esos cristales, están polarizados y los otros dos, se ve hasta lo que la cámara no alcanza. Tan solo la mente de las actrices, puede completar el resto de la imagen. Ellas abrieron la puerta, pero solo yo decido si cruzar hacia el otro lado o mantenerme en la entrada, en un lugar seguro, pues todo lo que hay detrás de la puerta es desconocido.

Los gatos son lo mejor del mundo, mamá—

Y entonces veo la foto del gato en el recuadro de David. Y el pájaro de mi ventana ya se ha ido.

¿Es esto el teatro?

 

La madre y la hija se miran de manera muy extraña. Si al principio no lograban verse ni escucharse, ahora su semblante es completamente distinto. Casi, podría decir, que su rostro está lleno de una extraordinaria dulzura.