I. Punto de partida

 

El pasado 31 de marzo, en el aniversario 108 de su natalicio, las cenizas de Octavio Paz fueron trasladadas al Antiguo Colegio de San Ildefonso, sitio donde el poeta estudió la preparatoria, al cual le dedicó algunos de sus mejores versos y en el que vivió iniciaciones decisivas para su trayectoria (recorrió el centro histórico, conoció el Muralismo Mexicano, escuchó a los músicos de la etapa nacionalista, fundó su primera revista, descubrió a los Contemporáneos, se inició en el activismo político, soñó con cambiar al mundo y leyó desaforadamente). Por ello, el regreso a la escuela de su juventud constituye una vuelta al lugar de los sueños y las ilusiones, de la desmesura, al jardín original.

En este marco, y dado que Pliego 16 ha consagrado este número de la revista al tema del ensayo, considero que es imprescindible dedicar un texto a la labor ensayística de Paz. Su obra y su figura siguen vivas. Sus ideas —estemos de acuerdo o no con ellas— son un referente ineludible del pensamiento moderno. Ante la controversia y los adjetivos, argumentos. Ante los aplausos y las rechiflas de las efemérides, lectura silenciosa y diálogo.

 

II. El zorro y el erizo

 

El poeta griego Arquíloco escribió un verso oscuro, digno de un pasaje mítico o de una fábula: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante”. Filólogos y poetas han intentado interpretar, sin mucho éxito, la sentencia. En cambio, Isaiah Berlin, posiblemente aburrido por tanta ociosidad y falta de imaginación, ha hecho lo que debe hacerse cuando después de varios siglos sigue sin comprenderse algo: se ha inventado un significado, una explicación.

Para el intelectual inglés de origen letón, las ideas eran lo más importante. Tal vez sea por este motivo que haya aprovechado la sentencia de Arquíloco para clasificar a los escritores y pensadores en dos familias, cada una correspondiente a una forma de comprender el mundo: la del zorro y la del erizo.

Los erizos, afirma Berlin, “fían todo a una visión única”, creen en un sistema o una verdad última capaz de explicar cómo funciona el universo. Los zorros, en cambio, rechazan cualquier perspectiva unitaria de la realidad, pues piensan que no existe una sola verdad, sino que hay una gran variedad de hechos de naturaleza distinta.

Platón, por ejemplo, es un erizo. Su conocimiento fundamental consiste en afirmar que nuestra realidad no es la verdadera realidad, que lo auténtico son las ideas y que los seres humanos tenemos reminiscencias del topus uranus, del plano ideal del que fuimos expulsados. Este pensamiento le permite cimentar sus teorías acerca del amor, la muerte o la poesía. Los filósofos serían, para él, quienes aman el conocimiento, es decir, quienes comprenden que es necesario buscar las verdades trascendentes que por lo general se nos escapan.

Aristóteles, en cambio, es un zorro. Nada tienen que ver sus inquisiciones éticas con sus hipótesis poéticas con sus consejos retóricos. Cada objeto de estudio, parece aseverar, debe ser analizado con métodos distintos. Su obra, aunque más inteligente, es menos orgánica que la de Platón. A diferencia de éste, no nos ofrece una visión de la realidad, sino que nos permite explicar diversos fenómenos. Es más científico y menos poeta.

 

III. Octavio Paz: una moneda en el aire

 

La obra de Octavio Paz es engañosa. Podríamos pensar que un hombre que analizó prácticamente toda la historia intelectual de Oriente y Occidente, en cuyas páginas desfilaron los conflictos estéticos del surrealismo, las pugnas del PRD PRD, los versos de Luis Cernuda, las experiencias psicotrópicas, el Tratado de Libre Comercio, los secretos del budismo, los hallazgos de la Generación de la Ruptura, la naturaleza de la Unión Soviética, por citar un puñado de ejemplos, tendría que ser un zorro. Sólo una persona con una inteligencia polifacética sería capaz de estudiar —con éxito— tantos fenómenos. Christopher Domínguez Michael recuerda que Octavio Paz fue llamado por Claude Lévi-Strauss “el último hombre del Renacimiento”. La curiosidad y la universalidad de Octavio, y sus ojos astutos, no parecen ser los de un erizo. Pero lo son.

Octavio Paz sólo supo una cosa. Y eso que sabía estaba a medio camino entra la razón y la magia, entre la crítica y la fe: la poesía. Paz comprendió que la poesía es la raíz del ser humano y que todos fenómenos del mundo (visible e invisible) podían desentrañarse si se analizaban con las armas que ofrece la poesía: la palabra, la ironía y, sobre todo, la metáfora.

 

IVEl origen

En sus últimos años, Octavio Paz intentó explicar cuál fue el motivo que lo impulsó a escribir, cuál fue su razón de ser. Para ello, naturalmente, narró o inventó un pasaje de su niñez en Mixcoac. (La infancia es el origen, el lugar del que partimos y al que vamos a regresar. Para Freud, se trata del sitio en el que nacen los traumas y los deseos; para Proust, es el tiempo original, aquél que uno buscará a lo largo de toda su vida):

Me veo, mejor dicho: veo una figura borrosa, un bulto infantil perdido en un inmenso sofá circular de gastadas sedas, situado justo en el centro de la pieza. […] Todo real, demasiado real; todo ajeno, cerrado sobre sí mismo. […] Hay un ir y venir de gente que pasa al lado del bulto sin detenerse. El bulto llora y nadie lo oye. Él es el único que oye su llanto. Se ha extraviado en un mundo que es, a un tiempo, familiar y remoto, íntimo e indiferente. No es un mundo hostil: es un mundo extraño, aunque familiar y cotidiano, como las guirnaldas de la pared impasible, como las risas del comedor. Instante interminable: oírse llorar en medio de la sordera universal. […] Pero la sensación no se ha borrado ni se borrará. No es una herida, es un hueco. Cuando pienso en mí, lo toco; al palparme, lo palpo. Ajeno siempre y siempre presente, nunca me deja, presencia sin cuerpo; mudo invisible testigo de mi vida. No me habla pero yo, a veces, oigo lo que su silencio me dice: esa tarde comenzaste a ser tú mismo; al descubrirme, descubriste tu ausencia, tu hueco: te descubriste. Ya lo sabes: eres carencia y búsqueda.

 

Este episodio —filosófico, espiritual o poético— sintetiza lo que significa el ser humano para Octavio Paz. Su tesis no es ni pretende ser novedosa: fuimos separados del todo y, por lo tanto, estamos desgarrados. Paz, como todos los hombres, comenzó a ser él el día en que comprendió que estaba obligado a buscarse a sí mismo, a tratar de completarse tras haber sido arrojado al mundo. Así como para Platón el mundo de los ideales es la piedra angular de la realidad, para Paz lo es ésta desaforada quête.

 

V. El tiempo histórico

 

Sin embargo, la realidad es polimorfa. La escisión del ser humano es, en realidad, una pluralidad de escisiones. Y, sobre todo, en cada tiempo y en cada cultura, el hombre se enfrenta de una manera distinta a ese único problema.

 

Poco tiempo después del episodio del sillón, Paz vivió otras revelaciones que le permitieron comprender cuál era, en su contexto, el camino que tendría que seguir para encontrarse a sí mismo. A continuación, un fragmento de “La búsqueda del presente”, el discurso con el que recibió el Premio Nobel de Literatura:

 

Tendría unos seis años y una de mis primas, un poco mayor que yo, me enseñó una revista norteamericana con una fotografía de soldados desfilando por una avenida […] “Vuelven de la guerra”, me dijo. Esas pocas palabras me turbaron como si anunciasen el fin del mundo o el segundo advenimiento de Cristo. Sabía, vagamente, que allá lejos, unos años antes, había terminado una guerra y que los soldados desfilaban para celebrar su victoria; para mí aquella guerra había pasado en otro tiempo, no ahora ni aquí. La foto me desmentía. Me sentí, literalmente, desalojado del presente […] Esos años fueron también los de mi descubrimiento de la literatura. Comencé a escribir poemas. […] Apenas ahora he comprendido que entre lo que he llamado mi expulsión del presente y escribir poemas había una relación secreta. […] Buscaba la puerta de entrada al presente; quería ser de mi tiempo y de mi siglo. Un poco después esta obsesión se volvió idea fija: quise ser un poeta moderno. Comenzó mi búsqueda de la modernidad.

 

Así, la oquedad ontológica, en cierto sentido abstracta y común a todas las épocas, se transforma en un conflicto históricamente situado. Para sobreponerse o redimirse o aliviar de algún modo el desgarramiento universal, Paz necesitaba hacerse un poeta moderno, es decir, escribir para todos los hombres de su tiempo y comprender los conflictos contemporáneos. Era ésta la única manera de reconstruir los lazos con el mundo, los puentes que le fueron arrebatados al nacer y, en particular, al nacer como mexicano a principios del siglo XX.

Al ser un hombre moderno, Paz no sólo se lanzó en su aventura poética, sino que, hijo de la edad crítica, tenía conciencia de su propia búsqueda. Su labor ensayística es, a un tiempo, búsqueda y reflexión sobre la búsqueda. Caminar es pensar y sólo se puede pensar sobre la caminata.

 

VI. El laberinto de los espejos

 

Más arriba afirmé que Octavio Paz fue un erizo. Ahora es tiempo de ofrecer pruebas. Para ello, bastará con citar y explicar algunos de sus ensayos más famosos. De ese modo se verá claramente que, en todos sus textos, se dedica, de diferentes maneras, a perseguirse a sí mismo, a intentar extraer de la aparente dispersión de la Historia y de la vida cotidiana, del tiempo lineal, los instantes en los que se manifiesta la Poesía.

El primer caso, uno de los más ilustrativos, es El laberinto de la soledad. Paz creía que, así como él mismo, el mexicano era un ser desgarrado. Los síntomas de esta herida estaban allí: la identidad contradictoria del pachuco, la simultánea adoración e ira hacia la chingada, las fiestas populares y las máscaras bajo las cuales ocultamos nuestro ser. Esta ruptura tenía un origen histórico: después del trauma de la Conquista, nuestro pueblo no había restablecido los puentes con el cosmos y, por lo tanto, consigo. Por ello, estábamos encerrados en un laberinto.

Ante este problema, la solución que proponía Paz era muy similar a la que encontró para sí: México debía modernizarse, es decir, tender vínculos con el resto de los seres humanos y, al mismo tiempo, expresar su identidad nacional; conocer y volver a sus orígenes. La peregrinación del poeta es la peregrinación nacional; su desamparo, el del niño:

 

Pero no hemos encontrado aún esa [forma] que reconcilie nuestra libertad con el orden, la palabra con el acto y ambos con una evidencia que ya no será sobrenatural sino humana: la de nuestros semejantes […] Estamos al fin solos. Como todos los hombres […] Allí, en la soledad abierta, nos espera, nos espera también la trascendencia: las manos de otros solitarios. Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres.

 

 

Sin embargo, para alguien como Paz, la raíz de esta orfandad, aunque ligada a la Historia, era, en realidad, de índole distinta: se trataba de un fenómeno poético (no en balde, de acuerdo con el historiador Javier Rico Moreno, El laberinto de la soledad es una tentativa por ofrecer una visión de la Historia desde la poesía).

Por este motivo, es en El arco y la lira —ensayo en el que Paz reflexiona acerca de los principios de la poesía— donde el principio paciano (la creencia del erizo) aparece retratada en uno de sus estados más puros. Tras reflexionar acerca del poema, de la revelación poética y de los vínculos entre poesía e historia, Paz sintetiza su visión del mundo:

 

 

 

Quizá conciencia histórica y necesidad de trascender la historia no sean sino los nombres que ahora le damos a este antiguo y perpetuo desgarramiento del ser, siempre separado de sí, siempre en busca de sí […] Nuestra poesía es conciencia de la separación y tentativa por reunir lo que fue separado. En el poema, el ser y el deseo de ser pactan por un instante, como el fruto y los labios. Poesía, momentánea reconciliación: ayer, hoy, mañana; aquí y allá; tú, yo, él, nosotros. Todo está presente: será presencia.

 

 

A su vez, la poesía, instantánea y eterna conciliación entre el individuo y el cosmos, se desarrolla históricamente: la literatura cambia con la sociedad. Entonces, la búsqueda ya no se desarrolla sólo en un poema o en una creación particular, sino que es un quehacer gregario, un caminar de la humanidad en su conjunto. Este proceso es, de nueva cuenta, muy similar a aquel que vivió Paz en su infancia, salvo que ahora no es el artista quien se busca, sino los artistas quienes se buscan. Al respecto, vale la pena citar un fragmento de Los hijos del limo, obra en la que Paz estudió la poesía y el arte modernos:

 

La lectura nos hace regresar a otro tiempo: al del poema. Aparición de un presente que no inserta al lector en el tiempo del calendario y del reloj, sino en un tiempo que está antes de calendarios y relojes. La poesía que comienza ahora, sin comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Afirma que, entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el presente. La reproducción es una presentación. Tiempo puro: aleteo de la presencia en el momento de su aparición/desaparición.

 

Pero el ser humano no es sólo mente y palabras: también es cuerpo. La reconciliación puede venir también mediante el encuentro amoroso, el abrazo en el que, al igual que en la poesía, los tiempos se anulan y regresamos a nuestra identidad primera. A continuación, la culminación de La llama doble:

 

 

Al nacer, fuimos arrancados de la totalidad; en el amor, nos hemos sentido regresar a la totalidad original. Reconciliación con la totalidad que es el mundo. También con los tres tiempos. El amor no es la eternidad; tampoco es el tiempo de los calendarios y los relojes, el tiempo sucesivo. El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un instante […] No es el regreso a las aguas del origen sino la conquista de un estado que nos reconcilia con el exilio del paraíso. Somos el teatro del abrazo de los opuestos y de su disolución, resueltos en una sola nota que no es ni de afirmación ni de negación sino de aceptación.

 

 

Podría seguir citando ejemplos. No tiene mucho caso. En realidad, la obra ensayística de Paz, en su conjunto, está animada por esta misma búsqueda, y su capacidad de penetrar en ámbitos tan distintos estriba en la profundidad de la idea que la origina. Al analizar una obra artística o un sistema político, desde sor Juana Inés de la Cruz hasta Mahatma Gandhi, Paz siempre reflexiona cuáles son los mecanismos que impiden o posibilitan que el ser humano sea verdaderamente libre, es decir, que encuentre su identidad dentro del universo.

La imagen de sus ensayos es la de un laberinto de espejos: se repite la misma imagen, distorsionada, reflejada por las palabras y los pensamientos, modificada por el tiempo y por la posición específica que ocupa cada escrito. (En mi opinión, lo mismo sucede con sus poemas. “Piedra de sol” es el mejor ejemplo: se trata de un diluvio de metáforas, de un transcurrir transparente de la poesía, de la historia, del amor, de la política, del pensamiento y de la vida.) Como él mismo reconoció, su caminar intelectual fue un peregrinar en espiral con la misma pregunta en la boca; su quehacer poético, una incesante búsqueda del presente.

 

VII. El cenzontle del ensayo

 

A diferencia de los intelectuales zorro, aquéllos que son capaces de hablar sobre muchas cosas, adoptar diferentes puntos de vista y utilizar diferentes voces, Paz pensó desde una sola perspectiva: la poesía. Sin embargo, al hacerlo, fue capaz de modular su voz, adaptarse a las distintas melodías y afinar el oído para distinguir las problemáticas particulares de aquellos temas que trató en su vasta obra. Por ello, la imagen que a mí me queda de Paz es la de un cenzontle. Todas las voces del cenzonte vienen de su único pecho. Todos los ensayos de Paz son, en el fondo, una reflexión acerca del desgarramiento hombre y de cómo la poesía restituye, en diversos contextos, los vínculos del humano consigo mismo.