Nadie se lo enseñó a Le Corbusier, o quizás sí: una ventana no es un agujero solamente. La luz tiene que entrar en el espacio, pero el calor y la vida deben preservarse dentro de la estructura. La ventana nace cuando se busca solucionar el problema del agujero, de su incapacidad de filtrar el ruido, el polvo y la lluvia. En un principio era el agujero hasta que llegaron las cortinas. La mayoría estaban hechas de textiles o pieles de animales curtidas en aceites para hacerlas translucidas. Las persianas de madera o papel vinieron poco después.

 

Algunos académicos piensan que el episodio ocurrió de esta manera: Alfonso Reyes lee un grueso tomo de piel que contiene la correspondencia de Nietzsche a Erwin Rohde. Se detiene ante una afirmación sugerente, llena de vida. Escucha el crepitar de la chimenea pero también un murmullo lejano. Un alumbramiento. Alfonso Reyes arranca la página, la dobla cuidadosamente y procede a devorarla. Mientras la saliva va ablandando el papel, el escritor piensa en el preciso reacomodo de las palabras para definir a ese género literario que comenzaba a transformarse: “Hay de todo y cabe todo”.

 

El lenguaje cotidiano está lleno de contradicciones, hablamos de la mirada como si esta fuera un haz mágico con el que incitamos al mundo a existir o a reaccionar. Podemos pensar que nuestra mirada penetra las grietas que hay en todo; en realidad es la luz la que salta de la grieta hacia nosotros. La ventana brinda luz, que cae en el ojo como el vino en una copa. Objeto - luz que rebota en él- percepción. Todos sabemos que las cosas existen antes de que podamos verlas; o casi.

“Propio hijo caprichoso”, continúa Reyes mientras se escarba los dientes (el papel se atora como una palomita de maíz en la muela), “de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. Prosa iluminada de ideas abiertas que se alejaba del formalismo de Francis Bacon, pensaba. Porosa, para dejar pasar las múltiples formas de ver el mundo, pero sin que se derramara la posibilidad de construir una forma de verlas.

 

El problema de la luz (en la arquitectura siempre hay nuevos problemas) se había combatido con diversas e ingeniosas soluciones: trampillas, fuego domesticado de diversas formas, tragaluces, las ya mencionadas ventanas con persianas o cortinas. Fue hace 19 siglos que los artesanos romanos comenzaron a experimentar con las técnicas de vidrio soplado y con la adición de natrón. Nace el vitrum que ya insinuaba la transparencia del cristal con óxido de plomo que hoy asociamos con la palabra ventana.

 

José Emilio Pacheco imaginó en 1979 un diálogo póstumo entre José Vasconcelos y Reyes sobre el estado actual de sus respectivas avenidas en la Ciudad de México. La avenida Alfonso Reyes llena de baches, la avenida José Vasconcelos con su puente a desnivel. La pelea se mueve al terreno de lo político, Reyes acusa a Vasconcelos de reaccionario y autoritario, Vasconcelos replica que Reyes fue excesivamente diplomático y pasivo. Varios camiones los embisten, pero la inmaterialidad los protege.

 

Algún maestro de historia de la arquitectura en la universidad debió enseñarle esto al francés (si no, debió leerlo en algún libro): a partir del siglo I d.C. los edificios gubernamentales romanos comenzaron a adornarse con grandes ventanales. Una gran apertura con la cual se comunicaba de mejor manera el adentro y el afuera, el Sol y el interior de la caja. Se comenzó a experimentar con la tintura del cristal para crear distintos efectos estéticos. Los acabados del interior sólo pueden apreciarse por lo que inunda del afuera, la luz, el sonido, el movimiento, la vida.

Al final, el único punto que acaba uniendo a Reyes con Vasconcelos (y con la mayoría de los ensayistas) es la utopía. En 1918 José Vasconcelos gritó que el ensayo era caduco, echado a perder. Con su prólogo a El monismo estético intentaba desterrar un tipo de expresión usada por los empiristas ingleses. No se puede sintetizar un objeto del pensamiento en un tubo de ensayo, pero ellos podían intentarlo sin el tubo. La “nueva” escritura que anuncia y practicaba Reyes era muy parecida a la que Vasconcelos deseaba.

 

 

Para Le Corbusier la materia prima del arquitecto no eran el lápiz, ni los materiales que iban en los cimientos, la técnica de construcción o nada que tenga que ver con los acabados: es el Sol. El sol, soberano de la arquitectura, determina la orientación del edificio y cómo el arquitecto da vida a los espacios. Rayos que empapan el interior. Lo que más estudió el arquitecto durante su carrera fueron los ritmos del Sol, sus ritmos poéticos, sus ritmos físicos.

La verdad es que no importa de dónde proviene la expresión “centauro de los géneros”, quién la acuñó. Siguiendo el ejemplo de Reyes, no hay necesidad de tesis trasquilada o discusión académica. Cuando se abren las fronteras, las palabras circulan sin pasaporte. Reyes era tanto practicante y cronista de esta forma de escribir, con suficientes aberturas como para que se filtrara la luz. Lo que se lleva del exterior al interior no necesita analizarse en el vacío, después de haberle limado la luz y la vida entre cuatro paredes sin ventanas.

 

Fue en 1928 cuando se firmó el primer cheque. Fue hasta 1931 cuando la familia prendió el fuego de la chimenea. Las largas ventanas horizontales brindan a Villa Savoye una iluminación apabullante. Los ventanales y un sistema de pilotes en la planta baja tenían el claro objetivo de unir, continuidad entre estancias y paisajes, nada de paredes internas permanentes: crear la ilusión de exterior dentro de la casa (hay un riel con paredes móviles en caso de que los habitantes se cansen de tanta apertura).

 

No es el individuo encerrado en sí mismo el que forma la utopía. Se necesita que el adentro y el afuera se abran a formar un mundo plural. La escritura abierta y atenta a comunicar el adentro con el afuera crea un mundo de luz, de vasos comunicantes. De fantasmas transparentes (abiertos) que conversan. La escritura en la cual cabe todo y hay de todo se refina con las escritoras y escritores que ensayaron el mundo del siglo xx y el xxi. Dentro y fuera comunicados por los juegos de la luz y la palabra.

 

Cuando en una película, serie o narración alguien mira por una ventana no está observando el cristal (lo mismo sucede cuando se mira una ola, pero no mezclemos metáforas tan cerca del final). Cuando se observan fotografías de las grandes ventanas de Villa Savoye uno sabe que su creador entendió todo: existe una historia de amor entre el ojo y la ventana. Cristalino y cristal filtran la luz, pero reflejan una parte como un espejo. Quien se observa en el ojo de alguien más no sólo está contemplando su reflejo.