Ensayista y estudioso del ensayo, Jorge von Ziegler aborda en este diálogo algunos de los aspectos centrales del género, entre ellos su transformación actual.

 

Usted le ha dedicado varias páginas a lo que podríamos llamar la crítica literaria, y a entender la obra de autores como Octavio Paz, que han elaborado ensayos críticos, que usted mismo ha descrito como un subgénero sumamente moderno, quizás tan moderno como el ensayo mismo. ¿En dónde radica lo crítico de un ensayo? ¿Qué vuelve a un texto ensayístico “crítico”?

 

Ensayo literario y ensayo crítico, o de crítica literaria, suelen ser sinónimos: ensayos que tienen como tema la literatura, que pretenden ser literatura hablando de la literatura misma. Las raíces de este tipo de ensayo, el ensayo crítico, son muy antiguas. Para tratar cualquier tema, los pensadores siempre tuvieron la necesidad de comentar y examinar las ideas de otros, es decir, otros libros, y en este sentido fueron críticos. La crítica fue una escritura sobre otra escritura, una escritura segunda o derivada. En su característico pensamiento fundado en pares de opuestos o de ideas complementarias, Octavio Paz insistió en la dualidad de la creación y la crítica. Para él, creación y crítica se fundan recíprocamente: no hay creación sin crítica ni crítica sin creación. Lo crítico en un ensayo deriva de este acto reflejo por el que la literatura se mira en el espejo de la literatura. En un sentido amplio todo ensayo es crítico en la medida en que es reflexión, pero más aun cuando invoca textos o creaciones que lo anteceden o cuando los convierte en su tema central, como en la crítica literaria. “Ensayo crítico” es un pleonasmo, pero un pleonasmo necesario, porque en ciertos ensayos se exacerba la función de pesar, examinar y juzgar volcada en la propia literatura. Tal fue el sentido que dio claramente Roland Barthes a sus Ensayos críticos (una de las más imponentes demostraciones, por cierto, de la crítica literaria).

 

Pero a la crítica competen muchos otros objetos: el arte, la política, la historia, la sociología o la religión, como el mismo Paz se encargó de ilustrar.

 

¿Se podría decir que esa parte de la obra de Paz ejerce la crítica ya no hacia la literatura, sino a otros ámbitos pero sigue permaneciendo algo así como un “gesto crítico.

 

Es el gesto crítico que él consideraba, justamente, como el rasgo distintivo de la modernidad. La literatura moderna, nos dijo una y otra vez, es al mismo tiempo y de modo radical crítica del mundo y crítica del lenguaje.

 

En uno de sus aforismos, Nietzsche argumentaba que los grandes prosistas son por lo común poetas, porque “la buena prosa se escribe pensando en la poesía”. ¿Dónde estaría lo poético en un ensayo? ¿Qué hace que un texto sea poético y no sólo lírico?

 

Proteico, como se ha vuelto ya un tópico calificarlo, el ensayo suele tomar la apariencia de la crónica, la autobiografía, el relato, el poema. Si poesía es condensación de significado, el ensayo poético se funda en la ambigüedad, la simbolización y la polisemia. Como el poema, es escritura abierta, no lo dice todo de una sola vez y en una sola dirección. Construye distintos niveles de significación, abre preguntas y multiplica las posibles respuestas. Sustituye o complementa las categorías teóricas o conceptuales con categorías poéticas, derivadas del pensamiento simbólico o mítico. El ensayo poético no es poético por utilizar las figuras del lenguaje que emplea la poesía, o no sólo por ello, sino por participar de su forma de pensamiento y de percepción y representación de la realidad. No es casual que grandes poetas hayan sido también grandes ensayistas (el propio Paz, T.S. Eliot, Ezra Pound, Paul Valéry...), o que grandes ensayistas hayan estado tan cerca de la poesía y de su escritura, como María Zambrano.

 

¿Nos podría decir algo sobre la diferencia entre lo poético y lo lírico en un texto ensayístico?

 

Para muchos, ensayo lírico y ensayo poético son la misma cosa. José Luis Martínez habla de ensayo poemático en un sentido que parece equivaler o confundirse con el poema en prosa. Yo veo cierta distinción entre el ensayo que explora la descripción de atmósferas, lugares o cosas, junto con las sensaciones y emociones que producen, y el ensayo que profundiza ideas o nociones abstractas valiéndose de categorías poéticas. En el primer caso, el mero ensayo lírico, asistimos al despliegue de imágenes, símiles, metáforas y matices que nos enfrentan a la realidad sensorial; en el segundo, el ensayo poético propiamente dicho, a mundos de abstracciones y sentidos reconcentrados por la polisemia del pensamiento poético. El ensayo lírico suele resaltar esplendores exteriores; el poético, la profundidad del mundo interior. En las piezas de Bodas y El verano de Camus tenemos deslumbrantes ensayos líricos; en muchos capítulos de El hombre y lo divino de María Zambrano, o de El mono gramático de Octavio Paz, verdaderas cumbres del ensayo poético.

 

Walter Benjamin escribió alguna vez que toda novela es sólo el prólogo de una novela aún no escrita. En ese sentido, ninguna obra estaría terminada sino que se prolongaría en todas las demás, como una suerte de libro de arena borgiano. Usted mismo ha dicho en el prólogo de La vigilia y el sueño que los ensayos ahí vertidos son prolongaciones o ecos de aquellos que componen su libro anterior, Hora crítica. Si el ensayo es casi por definición un esbozo, una aproximación a un tema que no pretende agotar, ¿podríamos decir también que todo ensayo es sólo el prólogo del ensayo siguiente, aunque sea en potencia?

 

En un ensayo probamos muchas veces lo que quisiéramos realizar después, con más armas y seguridad. O enfrentamos un tema que nos ronda o al que rondamos sin saber del todo cómo ni por qué. El ensayo tiene, en este sentido, el carácter de lo incompleto, lo no terminado. Abre la puerta para un siguiente paso en el acercamiento a un problema, a un tema, a un enigma, a la explicación de un mundo, sea la la obra de un escritor o una idea, una cuestión social o una época de la historia. Aunque ese ensayo nunca trascienda, o nunca vaya más allá del primer intento, en él se expresa esa expectativa. De hecho, muchos libros, textos mayores o tratados, nacieron de un ensayo. Para hablar una vez más de Octavio Paz, que siempre es ejemplar entre nosotros, recordemos que el breve ensayo “Poesía de soledad y poesía de comunión” se convirtió más de una década después en El arco y la lira. Y no fue éste el único caso del papel que para él tuvo el ensayo como «borrador» de grandes libros (pensemos en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe): el boceto respecto del vasto mural terminado.

 

¿El arco y la lira se piensa como ensayo, se encuentra en la sección de ensayo, pero lo es propiamente?

 

Yo diría que no. El propio Paz nos dice que es una poética, una “elaboración más o menos sistemática”. No se trata de la reflexión libre y parcial que constituye al ensayo, sino de una visión integral y abarcadora del tema. Es significativo que su punto de partida explícito sean unas preguntas y que el libro de algunos cientos de páginas despliegue las exhaustivas respuestas. La cuestión queda abierta, el libro no aspira a ser la última verdad sobre el problema. Pero sí alcanza una verdad, una conclusión: la del autor.

 

Usted menciona el término “tratado”, que se usaba mucho para referirnos a textos largos; hoy la palabra “ensayo” parece que lo ha reemplazado, y se aplica también a textos que no son particularmente breves, ¿sería esto un error en la terminología?

 

No creo que sea válido definir como ensayos a textos largos de estructura sistemática, con un desarrollo lógico y secuencial de un tema, con una metodología definida y quizá con un aparato crítico. Lo que ha sustituido a la noción y el término antiguos de tratado son las nociones de estudio crítico, monografía o investigación, no la de ensayo. En términos muy generales, lo que distingue al ensayo de esos otros géneros de la literatura de ideas es el grado de formalización. Mientras el ensayo apunta a la informalidad, los otros géneros tienden a convenciones, principios y reglas formales más o menos precisos. Para expresar una misma concepción de la literatura, el Alfonso Reyes ensayista escribió “Apolo o de la literatura” y el Alfonso Reyes teórico y tratadista El deslinde. Dos textos de forma y alcances muy diferentes para un mismo tema.

 

Existe una tendencia en filosofía estética que ha buscado recientemente recuperar conceptos antiguos sobre la teoría de la creación artística para explicar mejor sus procesos. Se ha insistido mucho en la idea de que escribir es un acto cuasi-milagroso que restituye una visión, una ensoñación, una idea intangible casi inefable, a través de una magia, el artificio técnico de las palabras, que la devuelve intacta a los lectores. ¿En qué diría usted que se distingue el ensayo de otros géneros? ¿Es un asunto de poiesis, de las visiones particulares que transmite, o bien de techné, de su manera de transmitirlas.

 

El espacio propio del ensayo está en la reflexión, pero en una reflexión de ciertas características. El ensayo es un texto reflexivo de aproximación subjetiva y original a un tema. Hay muchos tipos de textos reflexivos, pero sólo el ensayo reúne la condición de acercamiento, la perspectiva personal y la originalidad simultáneamente. Si falta uno de estos elementos, o si el texto no es reflexivo, sino solamente informativo, narrativo, cronístico, biográfico o autobiográfico, no hay ensayo. Ni siquiera los sentidos históricos o etimológicos del concepto ensayo –pesar, probar, examinar– apuntan a la verdadera esencia de la forma. Sólo la noción del ensayo como tentativa guarda relación con esa esencia.

 

El ensayo de investigación o académico se piensa generalmente como un ensayo impersonal: se nos exige escribir en tercera persona y con una pretensión al menos formal de objetividad. En cambio, el ensayo literario se define como un texto personal. ¿En dónde estriba lo personal de un ensayo literario.

 

Susan Sontag decía que todo ensayo está escrito en primera persona, incluidos aquellos que no utilizan el pronombre “yo”. Tan personal sería Francis Bacon, padre del ensayo formal moderno en la tradición inglesa, que soslaya casi por completo el yo autobiográfico, como Montaigne, que siempre se pone en la escena de la escritura, anotando confesiones, recuerdos, intimidades, él mismo como individuo. La paradoja que enuncia Sontag implica que aun textos de apariencia objetiva, por su originalidad, su perspectiva individual, el carácter único de la experiencia que comunican, son, en el fondo, plenamente subjetivos. Al hablar de cosas que le son externas, el ensayista termina hablando en realidad, indirectamente, de sí mismo.

 

Se ha hablado del gesto escritural como una puesta en escena, como si el texto mismo siempre estuviera enmarcado por condiciones particulares, como si el momento de escribir reuniera una serie de limitaciones en cuanto a lo que es posible decir y lo que no, el momento histórico, el lugar... En ese sentido, esa puesta en escena siempre implícita va cambiando según el contexto. ¿Qué es lo que más se ha transformado en la forma de escribir ensayo desde sus orígenes?

 

La explicación que más me convence es la que ha dado el crítico venezolano Gustavo Guerrero, quien se ha referido al tránsito que hemos vivido del ensayo que se escribía “en tierra firme”, durante el siglo pasado, al ensayo que se escribe hoy “en mar abierto”. Pasamos de un ensayo de silueta y bordes más o menos definidos, dice Guerrero, a un ensayo “sin orillas”. Hoy es mucho más difícil que hace cincuenta o sesenta años, en la época de Alfonso Reyes, Mariano Picón-Salas y Jorge Luis Borges, describir qué es un ensayo. Esto se debe, según este ensayista, a que el campo literario en general se ha desdibujado y ha perdido autonomía frente a otras disciplinas humanísticas, pasando a un conjunto indiferenciado de saberes, prácticas y conocimientos englobados por los “estudios culturales”; también ha contribuido el surgimiento de nuevas prácticas de escritura en los espacios cambiantes de las redes y tecnologías digitales, dentro de las que quizá el mejor ejemplo es el blog, parte de una abanico muy extenso de modalidades en las que la escritura se entremezcla con la imagen, el sonido y todo el espectro “multimedia”. El ensayo, ya de suyo una forma híbrida y difusa, ha exacerbado su hibridez al contacto con todos esos elementos, prácticas y lenguajes. Y finalmente hay que considerar las presiones del consumo literario, alimentado y en cierta forma creado por la industria editorial, que ha llevado al ensayista a adaptarse a una demanda dominada, en el caso de la literatura, por los géneros de ficción, concretamente la novela. Para subsistir y encontrar lectores, el ensayo ha tendido cada vez más a incorporar elementos de la narrativa: historias, hilos anecdóticos, personajes y planos de ficción. Lo que antes se consideraba una excepción es hoy moneda corriente y aun moda, como en el caso del llamado ensayo personal.

 

¿Qué constituye la precisión lingüística? ¿Es sólo hacer un uso apropiado de las estructuras y el vocabulario, o es algo más? ¿Se requiere cultivar algún tipo de sensibilidad particular para ser precisos?

 

La precisión en literatura es algo muy distinto de la precisión en ciencia, filosofía o periodismo, por ejemplo. En literatura la exactitud no es un valor per se, y más bien ocurre lo contrario. La literatura opera por alusión, ambigüedad, multivocidad. Entonces, ¿cómo ser precisos escribiendo? La precisión tiene que ver con la intención de la escritura. Consiste tal vez en la concordancia entre lo que queremos decir y lo que decimos realmente. Lo que lee el lector, ¿escapa a lo que quisimos decirle? ¿Es otra cosa, poco o nada en absoluto? La precisión es nuestro control del campo de interpretación, de la polisemia, incluso de la vaguedad. La vaguedad convertida en un valor, en condición del espesor y la significación de la escritura. La sensación más común en la escritura es la de que no estamos alcanzando a decir lo que queremos decir, que no hemos hallado las palabras, el ritmo, la concatenación de las frases y los sentidos necesarios. La sensación de haberlos hallado, la sensación contraria, es la precisión. Falta desde luego la percepción del lector. A él debe parecerle siempre que lo que ha leído no se pudo haber escrito de mejor manera. Me parece que esto es algo muy claro cuando leemos esas piezas tan breves y tan condensadas que llamamos ensayos.