…Ni escribo canciones de amor,

pero en ésta me doblo por ti.

Rosalía, Motomamí, Como un G

 

 

 

 

Si me dices llueve para mí está lloviendo

 

Rosario soy yo y probablemente muchas de las mujeres que conozco. Cuando Elena Poniatowska dice, en su prólogo de Cartas a Ricardo, “Con Rosario Castellanos podemos identificarnos todas las mujeres y su recit de vie… ¿Qué mayor prueba de que muchas mujeres lo apostamos todo al amor que este documento epistolar?” Tiene razón. Si pienso en mi vida hasta ahora, incluso en mi primera infancia, el amor ha tenido una parte muy importante. Incluso podría afirmar que nunca he dejado de estar enamorada de alguien. El in and out of love una y otra vez como un loop interminable.

Rosario Castellanos escribía en los cincuenta: “Lo único que te pido a cambio es que cuando hables conmigo, cuides tus palabras. Que tus palabras sean justas, que sean del tamaño de tus sentimientos, porque si tú me dices no, para mi es no, y si me dices llueve, para mí está lloviendo. Y si me dices amor, para mí es amor“. Mientras que en la década de los noventa una niña de seis años escribía: “queres ser mi novio si aseptas contesta esta carta y mandala al escritorio de Jimenas pero ella no fue la que te mando esta carta y si no aseptas detodos modos contestala porfavor. te dare una pista, yo boy en el asturiano”. La distancia entre una escritora de veinticinco años nacida en la década de los veinte y una niña que a esa edad sólo sabía que su color favorito era el azul y su animal favorito el pingüino, se reduce por la misma búsqueda, la del amor.

Pienso en Rosario Castellanos y me pregunto: ¿Por qué sufrió toda su vida por el amor de un hombre? ¿Su trabajo y su persona no le eran suficientes para irse? ¿Por qué necesitaba con tanto ahínco ser correspondida por el niño Guerra?

Cuando leo las cartas que escribió Rosario a lo largo de varios años, pienso que yo soy ella, y no quiero serlo.

 

II El collar para las jóvenes casaderas

 

Hace tiempo mi abuela le regaló a mi hermana un collar para jóvenes casaderas. Éste es una especie de amuleto para que las mujeres en “edad de casarse” encuentren marido pronto. Esta anécdota me lleva a la idea de la socialización del amor en las mujeres. Dice Marcela Lagarde: “para las mujeres, más que para los hombres, el amor es definitorio de su identidad de género. Para las mujeres, el amor no es sólo una experiencia posible, es la experiencia que nos define”. Si bien mi hermana y yo somos hijas de otro siglo y no respondemos a las mismas normas sociales que regían a mi abuela, la experiencia del amor sigue siendo definitoria en nuestras vidas. Y aunque para nosotras el matrimonio o los hijos ya no sean fundamentales en el desarrollo de nuestras vidas, las relaciones sexoafectivas sí lo son y la forma en que las entendemos se funda en la relación con nuestra madre. Ya dice Lagarde que las mujeres no nacemos amando, pero lo aprendemos.

Si bien mi madre es una mujer fuerte, independiente e inventiva para resolver problemas (a falta de martillo, utilizaba mi zapato ortopédico), y durante muchos años nuestra familia se configuró en una tríada femenina (mi madre, mi hermana y yo), me es difícil imaginarla fuera de una relación sexoafectiva. Los hombres en la vida de mi madre también atravesaron la vida de mi hermana y la mía. Fue a partir de la relación con ella y de la observación cotidiana de su forma de relacionarse con ellos que nosotras aprendimos a relacionarnos de forma sexo-afectiva. Todo lo que sé del amor lo aprendí de mi madre. Como probablemente Rosario lo aprendió de la suya.

 

III Te elijo a ti

 

Soy de esa generación y sector socioeconómico y cultural que creció viendo las películas de Disney. Si bien nunca quise ser una princesa y los personajes femeninos que me gustaban tenían otros objetivos más allá del de encontrar el amor, siempre terminaban atravesadas por éste. Si bien Mulán quería salvar a su padre y termina salvándolo no sólo a él, sino a toda China, se enamora; y Jazmín quien quiere ser libre porque vive encerrada tras las paredes del castillo y los cuidados de su padre, termina su recorrido diciendo: “te elijo a ti, Aladín”.

Cuando yo era adolescente, me gustaba mucho la película de La sirenita. Estaba enamorada del príncipe Éric porque se parecía a la imagen que yo me había hecho del héroe de la novela Un capitán de quince años de Julio Verne. Una navidad me regalaron la figura del príncipe Eric. Mi abuela me dijo que yo merecía un príncipe.

No sólo nuestras madres y abuelas nos enseñan el amor, la cultura también es parte fundamental en cómo concebimos las relaciones sexoafectivas. Mucha de la discusión en torno al amor romántico y las violencias que esconde atraviesa la forma en que las mujeres hemos sido representadas. De niñas no sólo aprendemos lo que está en casa, sino que el mundo que nos rodea también nos influye.

Pienso en Rosario Castellanos y en las películas que pudo haber visto, cómo la habrán marcado. Quizá creció viendo a Pedro Infante, la figura del macho mexicano por excelencia. Quizá Rosario creció formándose una idea del amor a través de las películas de la época de oro del cine mexicano. Quizá por eso la espera, la abnegación, la idea de un único amor la atravesaron tanto.

 

 

IVIV Ensayar el amor

 

Normalmente, se define a los hopeless romantic (los románticos sin remedio) como esas personas enamoradas del amor, que creen en el amor verdadero construido en los cuentos de hadas, en la caballerosidad y en el amor para toda la vida. Yo no creo en un único, verdadero y eterno amor de la vida. No me interesa que me abran la puerta del carro ni que me dejen caminar del lado contrario de la calle . Y, aun así, creo que soy una hopeless romantic porque creo que el amor es vital. El amor en su sentido más amplio y que, aunque quisiera, no deja de ser cursi. El amor a las personas y a las apuestas de vida que hacen nuestros mundos un poco más sostenibles, un poco menos terribles. Y sí, también creo en el amor que se da en los vínculos sexo-afectivos porque el problema no es el amor sino cómo se nos enseña, cómo lo ponemos en práctica. Ya decía Kate Millet: “El amor ha sido el opio de las mujeres como la religión de las masas. Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa”.

¿Cómo lograr amar de mejores formas, de manera más libre, de maneras no violentas? ¿Cómo escapar de la idea del amor romántico y sus enseñanzas? ¿Cómo no ser Rosario Castellanos? Rubén Ortiz, director de escena, en alguna ocasión utilizó la expresión ensayar el amor. Es decir, ponerlo en práctica para poder perfeccionar su ejecución. Y, como todo ensayo, requiere tiempo, requiere trabajo, requiere lo individual y lo colectivo, requiere estudio, crítica, reflexión, trabajo de mesa, fallar y fallar y fallar. También, como sucede con los ensayos teatrales, a veces no se llega a la puesta en escena, a veces se quedan inconclusos, se cancelan, se suspenden, se abandonan. También ensayar el amor es ensayar la renuncia.

 

¿Por qué Rosario Castellanos no pudo ensayar la renuncia? Sin duda la respuesta es mucho más compleja de lo que este texto puede decir. Aquí lo único que queda es abrazar lo que me dijo mi amigo Iza Rangel: “Yo no quiero ser la Rosario Castellanos de Cartas a Ricardo, yo quiero ser la Rosario de Poesía no eres tú”.